Acabo de volver del Corte Ingles el día antes de Reyes. Infernal sería una palabra bastante adecuada para describir la experiencia y el año que viene definitivamente escaparé de viaje o encargaré TODO por Internet antes de someterme de nuevo a semejante serie de torturas: en la carretera, en el parking, al elegir, al intentar pagar, para envolver y hasta para escapar del centro comercial.
El caso es que cuando he llegado a casa estaba tan reventado que me he puesto a divagar sobre esta escena que contrasta bastante con el llamado «espíritu navideño», con un protagonista que suelo ver cada día porque debe dormir así siempre (en invierno encima de la rejilla del metro porque sale calor).

Con espiritu navideño o no, el hombre del suelo podría haber estado muerto, o herido; pero visto que ningún viandante parecía percatarse de su presencia. Tampoco en Navidad.
Nadie hizo el más mínimo caso al indigente, como todos los días; pero las fotos probaron que sí que existía y que a veces no hace falta ser incórporeo, para ser invisible.
Enviamos dinero a miles de kilometros de distancia sin saber dónde acabará, pero a veces no nos percatamos de lo que nos roza.
También yo soy culpable.
