La globalización lleva partes de nuestra «cultura» al resto del mundo y es muy cómoda.
Es maravilloso estar en un país lejano y de repente encontrar por ejemplo un McDonalds que ya conoces y del que por fin te puedes fiar al 100% porque sabes que tiene controles de calidad civilizados esté donde esté.

Nos sentimos muy modernitos y aventureros comiendo en cualquier tugurio extranjero aunque nuestras panzas acomodadas en ocasiones lo recuerden entre dolores (yo también lo hago); pero la sensación de encontrar un Starbucks (aunque a mí ni siquiera me gustan) en la Ciudad Prohibida de Pekin cuando de repente te lo encuentras así, sin esperarlo, es un subidón. USA es el mayor exportador de cultura para el mundo estándar y tendríamos que levantarnos cada día un poco agradecidos por haber conseguido -gracias al cine o lo que sea- que, vayamos donde vayamos, podamos siempre sentirnos un poco como en casa (quizás no el «hogar» ideal para todo el mundo, pero sí conocido y por lo tanto cómodo).

Hoy estaba pensando la mezcolanza cultural no pretendida que tenemos en cualquier momento de nuestros días hasta sobre nuestro escritorio: Sushi, reloj histórico chino y un plato de garbanzos locales, entre otras cosas. ¿No estaremos perdiendo parte de la esencia de viajar al poder encontrar tanto junto de todos sitios en cualquier parte? Sentirse en un recóndito lugar del mundo casi como en casa gracias a un McDonalds es agradable; pero la diferencia de culturas, cada cosa en su sitio, también puede tener su encanto y creo que aunque nos hace la vida y el consumismo mucho más interesante se ha perdido aquello de «sólo existe allí». Los viajes ya no son lo mismo que fueron.