Aunque no suelo reproducir artículos completos de otras webs, este post referente al uso de paracaídas en los aviones , extraído de microsiervos, me ha parecido especialmente interesante porque es algo que mucha gente nos hemos planteado alguna vez:
¿Por qué sería absurdo incluir paracaídas en los aviones?
Para empezar, las puertas de los aviones de pasajeros están diseñadas para abrirse hacia dentro, con lo que aparte de los anclajes y mecanismos de cierre que llevan la diferencia de presión entre el interior de la cabina y el exterior del avión ejerce una fuerza de varias toneladas sobre ellas que haría imposible abrirlas a la altura de crucero -digamos que unos 28 ó 30.000 pies, 9 ó 10 kilómetros- de un vuelo.
Aún suponiendo que se pudieran abrir las puertas, la velocidad a la que viaja un avión -pongamos que unos 850 kilómetros por hora- haría extremadamente difícil salir del avión debido a la velocidad de la corriente de aire que lo rodea, y aún de poder salir el golpe que le produciría a un pasajero esa corriente de aire probablemente le causaría serias lesiones si no lo mata directamente. Piensa en lo que pasa si sacas la mano por la ventanilla de un coche viajando a 100 km/h y multiplícalo por 8.
Aunque esto no acabara con el saltador, aún quedaría el riesgo de chocar contra el ala y/o los timones de profundidad y/o el timón de dirección del avión, sin olvidar la posibilidad de que te trague uno de los motores, aunque aviones como los MD-80 que tienen una salida bajo el cono de cola tendrían una cierta ventaja en este aspecto. Recuerda que no en vano los asientos eyectables cuentan con motores cohete para asegurarse de que no chocan con el avión al ser activados y que en algunos casos, como por ejemplo en el F-104 Starfighter o el de algunos tripulantes de un B-52 estos asientos se disparan hacia abajo; en algunos otros aviones como el F-111 es incluso la cabina entera la que sale disparada y luego baja a tierra colgada de varios paracaídas.
A esa altura la cantidad de oxígeno en la atmósfera es reducidísima, lo que provocaría la pérdida de conocimiento del saltador en unos veinte segundos, así que en ese tiempo habría que saltar, estabilizar la caída, y abrir el paracaídas, y aún suponiendo que lo consiguieras, lo que no es exactamente trivial y en realidad requiere cuando menos algunas horas de entrenamiento previo, la falta de oxígeno probablemente te mataría o te causaría tales lesiones cerebrales que casi sería mejor no sobrevivir al salto.
La temperatura también podría ser un factor, ya que a esa altura puede rondar los 40 ó 50 grados bajo cero, lo que según he leído en algunos sitios podría matarte por el choque térmico que supondría pasar de una temperatura de aproximadamente 20° a esos 40 ó 50 bajo cero repentinamente, aunque parece claro que los pilotos militares pueden saltar de sus aviones sin que la temperatura sea un problema.
La mayoría de los accidentes -del orden del 94%- ocurren en las fases de despegue y aterrizaje, con lo que no habría tiempo de que los pasajeros se colocaran el paracaídas y abandonaran el avión y quizás tampoco habría altura suficiente como para que el paracaídas sirviera de algo.
Un adulto y un niño no pueden usar el mismo paracaídas; de hecho un adulto «grandote» y una frágil abuelita probablemente tampoco, así que habría que cambiar los paracaídas antes de cada vuelo según el pasaje o bien llevar una gama variada de ellos, lo que podría ser un problema si se acaban los de un tipo determinado.
El peso añadido de los paracaídas disminuiría la carga útil del avión, lo que encarecería los billetes, y lo mismo sucedería con el coste de su adquisición y mantenimiento.
Por supuesto se puede argumentar que los pasajeros podrían esperar a saltar a que la tripulación descendiera y frenara el avión, pero es que en el caso de una emergencia en vuelo precisamente altura y velocidad son dos de los mejores aliados con los que cuentan los pilotos, como queda claro en los casos del vuelo 143 de Air Canada, el vuelo 236 de Air Transat o el vuelo 3378 de Hapag-Lloyd, aviones que se quedaron sin combustible durante el vuelo pero que aún así pudieron alcanzar un aeropuerto (o casi en el caso del vuelo de Hapag-Lloyd).
Por otro lado, si el avión tiene algún problema lo último que necesita la tripulación es tener que preocuparse además del efecto que sobre sus características de vuelo pueda tener una o varias puertas abiertas, por no hablar de que a 80 millas por hora, que es aproximadamente la velocidad a la que los paracaidistas saltan normalmente, un avión de pasajeros tiene las características de vuelo aproximadas de una piedra.
Además, y siendo fríos y calculadores, probablemente salga más a cuento las aerolíneas pagar las indemnizaciones correspondientes a los pasajeros o sus herederos en caso de un accidente que gastarse el dinero en unos paracaídas que probablemente nunca iban a ser usados.
Otra cosa es el caso de los aviones ligeros que empiezan a incorporar paracaídas para el propio avión, diseñados para frenar la caída lo suficiente como para que los pasajeros no resulten heridos aunque el avión sí pueda quedar destrozado… aunque probablemente es algo que nunca veremos en un Airbus A380 😉
Y en cualquier caso, no olvides que volar es la forma más segura de viajar.