A veces tiento demasiado mi buena suerte, y ésta parece que me abandona.
Nunca me acuerdo de olvidar que decidir coger en Dublín la noche de Fin de Año mi bicicleta con los frenos rotos, después de una fiesta borracha y mojada al más puro estilo Irlandes, e ir a buscar a mi amiga Jo (Johanna) porque queríamos continuar con la juerga fue una de esas veces.
Estabamos a unos 30 minutos de su casa y al más puro estilo Pulp Fiction calculé que estaría allí en 20, no era demasiado y era Fin de Año, así que ¡vamos allá!, pienso que debí pensar.
Aquella idea terminó resultando sin embargo algo menos genial de como lo había planeado todo: sentir la lluvia horizontal empapandome la cara mientras conducía a toda velocidad fue una experiencia similar a otras como hacer puenting o bucear, pura adrenalina y desconexión al mismo tiempo; pero esta vez era diferente porque de repente la inconsciencia era excesiva y creo que tardé tan sólo 15 minutos (maravillosos) en tener el accidente contra un mercedes blanco.
Recuerdo descubrirme a mí mismo después de un rato atontado y lleno de sangre, como otra vez que me atropellaron yendo con patines pero aún más fastidiado. Me recuerdo imaginando por un momento que quizás existía algo así como como el botón de Start de un videojuego tras el GAME OVER y que podría intentarlo de nuevo, que semejante pifia no podía haber sucedido en tan poco tiempo. Recuerdo montarme en una ambulancia enorme que uno de mis mejores amigos ni siquiera vió porque debíamos ir algo achispados. Recuerdo sobre todo que pensé: maldita mierda de manera de empezar un año nuevo, ¡manda huevos! pero también que imagine tonterias típicas de mi alma de payaso, cosas como «cada año la lio antes», «esta sangre tan roja tiene que ser de coña tendría que guardarla para hacer bromas», «con la barbilla rota hablo como la maldita niña de la familia Brady», «los monos son demasiado listos como para que yo pueda descender de ellos», y un largo etc de comedia en medio de mi tragedia, como si de repente fuera de la mismísima Grecia (antigua).
Entre estos ridículos pensamientos y aún con el susto llegamos al hospital. Odio esos sitios pero a veces no queda más remedio que pasarse por allí.
El que critica la sanidad pública en España debería haber visto aquello. El sistema sanitario español no sólo es en realidad uno de los mejores del mundo, además es de los más sociales porque hasta los pobres de pedir tienen derecho a ella. En otros países ya puedes estar muriendote que si no puedes pagarte el tratamiento estás muerto sin que a ningún médico o señora de la limpieza del hospital le preocupe demasiado. Aquel día en Irlanda, después de llevar unas 8 horas esperando a que me atendieran (y eso que tenía seguro, el doc 301 y dinero si había que pagar algo), vimos a una señora morir porque no le atendieron a tiempo, y lo que más me preocupa es que el resto de la gente que esperaba estoicamente en la sala de espera (eterna) no lo veía raro. Creo que no cobrar absolutamente nada por ir a una consulta es injusto, pero que es incluso peor dejar que la gente se muera porque no puedes pagarte 10 minutos del tiempo de un médico.
El caso es que al final me atendieron y de aquello sólo queda el susto y una pequeña cicatriz en la barbilla.
¿Me había abandonado de repente la buena suerte que me caracteriza y que compensa de algún modo mi extraordinario magnetismo para meterme en lios?
Por aquel entonces pensaba que sí, pero mirado desde la perspectiva que regala el tiempo ahora creo que no tuve tan mala suerte aquel día: aquello me sirvió para confirmar por enésima vez que tengo unos amigos de fábula por aquello de fabulosos, me libró de tener que hacer una mudanza, me servirá para tener una batallita nueva que contar a mis hijos si algún día los tengo y sobre todo, ahora que voy en bicicleta a trabajar y lo pienso cuando acelero demasiado (cuesta abajo), el accidente no fue ni de lejos tan grave como podría haber sido: un tipo sin suerte ahora estaría todo el día sentado (en una silla de ruedas) o algo parecido, así que yo prefiero pensar que incluso aunque tiento a la suerte, ésta parece que nunca me abandona.